Mientras tanto, los judíos afirmaban que los discípulos habían robado el cuerpo de Jesús. El día de la crucifixión, los principales sacerdotes le habían pedido a Pilato que hiciera guardar la tumba por una guardia de soldados, por miedo a que el cuerpo de Jesús fuera sustraído. Cuando se produjo la resurrección, acompañada del descenso de un ángel que removió la piedra que estaba a la entrada del sepulcro (Mateo. 28:1-7), los guardias se aterrorizaron y huyeron. Paganos y superticiosos, seguramente no fueron más tocados por lo que habían visto que el común de las personas ignorantes que piensan ver fantasmas. Las autoridades judías persuadieron a estos soldados, ofreciendoles dinero, y diciéndoles; que dijeran que “los discípulos habían hurtado el cuerpo de Jesús” (Mateo. 28:11-15). Así se esparció la historia de que el cuerpo había sido quitado mientras dormían los de la guardia. El día de pentecostés, los apóstoles empezaron a dar testimonio de la Resurrección de Jesús; el número de creyentes aumentó rápidamente (Hechos. 2:1-47). Los principales sacerdotes se esforzaron entonces, no mediante argumentos, sino por la violencia, en destruir el testimonio y en aplastar la naciente secta cristiana (Hechos. 4:1-37). Hay por lo tanto dos hechos que permanecen irrefutables: (1) No ha habído nunca ninguna persona capáz de mostrar el cuerpo muerto del Señor Jesús. Los judíos hubieran podido sacar de ello el máximo partido, por lo que de esta manera hubieran cerrado definitivamente la boca a los discípulos. Por otra parte, si los cristianos hubieran estado en posesión del cuerpo, no se hubieran podido refrenar de embalsamarlo y rodearlo de un verdadero culto. (2) Si los discípulos hubieran afirmado falsamente la resurrección de su Señor, nada los hubiera llevado al martirio, y ello por millares, para sustentar una falsedad consciente. La iglesia primitiva estaba totalmente convencida del hecho de la resurrección. Toda la transformación de los apóstoles y el “dinamismo inaudito de los primeros cristianos” no puede tener otra explicación, ni psicológica ni espiritualmente, sino sólo por el hecho de que ellos eran testigos fidedignos de la Resurrección de Cristo.
FIN