La Misión del Mesías Prometido

 Ni Cristo ni Sus apóstoles recurrieron a la concepción virginal como demostración de que Jesús es el Mesías. Este silencio, sin embargo, no permite atacar la veracidad del relato. El hecho del nacimiemto sobrenatural de Cristo no es susceptible de prueba histórica. Se debe aceptar como revelación. Sin embargo, el relato de la manera en que Cristo se encarnó concuerda admirablemente con lo que sabemos de la grandeza del Mesías y de Su misión en la tierra, así como del hecho testificado de Su resurrección. El Mesías debía ser la cumbre perfecta de la espiritualidad de Israel, y Jesús nació en el seno de una familia piadosa, que practicaba celosamente la religión del Antiguo Testamento. El Mesías debía presentarse de una manera humilde: Jesús vino del hogar de un carpintero de Nazaret. Era preciso que el Mesías fuera hijo de David: José, Su padre legal, descendía de  David, lo mismo que Su madre. El Mesías debía ser la encarnación de Dios, uniendo en Su persona  la divinidad y la humanidad: Jesús nació de una mujer, habiendo sido concebido milagrosamente por el poder del Espíritu Santo.    
   Lucas relata el nacimiento de Juan el Bautista, y cita el cántico profético que surgió de los labios tanto silenciados de Zacarías, su padre, a propósito del precursor  ( Lucas. 1: 57-79 ).  A continua ción explica la razón de que Jesús naciera en Belén (Lucas. 2:1-6). 
     Augusto había ordenado el censo de todos los subditos del imperio, y su decreto incluía Palestina, aunque estuviera bajo la jurisdicción de Herodes. Pero es evidente que el censo de los judíos se hizo siguiendo el método judío: no es en el domicilio donde se registraba a cada cabeza de familia, sino en su lugar de origen. José tuvo que dirigirse a Belén, la cuna de la casa de David, y María lo acompañó. El mesón donde los forasateros solían alojarse, estaba ya lleno cuando llegaron José y María. Sólo encontraron espacio en un establo, que posiblemente era un lugar  ayacente al mesón. Era frecuente el uso de estos establos. El relato no dice que este establo alojara animales; es posible que no fuera entonces utilizado para este menester. En contra de lo que se piensa entre nosotros, el hecho de aloharse ocasionalmente en un establo no disgustaba a las gentes en aquel entonces; sin embargo, es bien cierto que el Mesías vino al mundo en un lugar extremadamente humilde.  Había sido destinado a un caminar de humildad, y María lo acostó en un pesebre ( Lucas.2:7 ). A pesar de haber nacido en un lugar tan humilde, “Su venida fue solemnemente atestiguada”.  Unos ángeles se aparecieron a unos pastores que pasaban la noche en vigilia con sus rebaños, en los campos cercanos a Belén. Les revelaron el nacimiento del Mesías, el lugar donde había nacido, y proclamaron este mensaje de alabanza y bendicón: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, y buena voluntad para todos los hombres!” (Lucas. 2:14). Los pastores se apresuraron a ir a  Belén, hallaron al Niño, relataron lo que habían visto y oído, volviendo después a su lugar. Todos estos  hechos concordaban asimismo, de manera asombrosa, “con la misión” del Mesías; señalemos además que ello tuvo lugar en medio de gentes humildes del campo, y que pasaron desapercibidos en el mundo. José y María se quedaron por un tiempo en Belén.  Al octavo día el Niño fue circuncidado ( Lucas. 2:21 ) y le fue dado el nombre de Jesús ( Jehová es Salvación ), según instrucciones que habían recibido. Cuarenta días después de su nacimiento, José y María subieron al templo, en cumplimiento de la ley (Levítico. 12:1-8). María hizo sus ofrendas de purificación para presentar al nacido al Señor ( Lucas. 2:21 ). Esta expresión significa que todo primogénito israelita tenía que ser rescatado al precio de cinco siclos de plata (Números. 18:15-16). También la madre tenía que ofrecer un Holocausto en sacrifificio de acción de gracias. Lucas señala que María ofreció la ofrenda de los pobres: “Un par de tórtolas, o dos palominos”  ( Levítico. 12:18 ). Una vez más queda patente la modestia de medios que tenía esta familia. Pero el Mesías, a pesar de Su humildad, no debía salir del templo sin reconocimiento.