Dios cumple todas sus promesas

Simeón, un piadoso anciano, se dirigió al santuario, movido por el Espíritu, y al ver al Niño, lo tomó en sus brazos. Dios le había prometido que no moriría antes de haber visto al Mesías. Simeón, dio las gracias, y profetizó que Su vida sería gloriosa y trágica (Lucas. 2:25-35). Ana, anciana profetisa que estaba de continuo en el templo, daba también testimonio de que el Cristo había venido  (Lucas. 2:36-38). Asi, hubo un testimonio notable acerca del verdadero carácter del recién nacido. Poco después del regreso de José y María a Belén, llegaron los magos de oriente a Belén, preguntando por el Rey de los judíos que acababa de nacer. Es indudable que estos hombres habían aprendido de los judíos dispersos por oriente, que estaban esperando un rey, que debería aparecer en Judea y liberar a la humanidad. Dios les había dado una estrella brillante como señal, que apareció en oriente,  “anunciándoles con algún tiempo adelanto”  (Mateo. 2:2,16)  el nacimiento de este Rey libertardor. Es también  seguro que les fue revelada la naturaleza divina del Niño porque dijeron sin ambages que habían venido para “ adorarle”. Las palabras de ellos intrigaron a Herodes, que convocó a los escribas para preguntarles dónde debía nacer el Mesías.  Al enterarse de que era en Belén, Herodes envió allí a los magos, pero haciéndoles prometer que le harían saber quién era. En el camino, los magos volvieron a ver la estrella, que se detuvo sobre Belén y sobre donde estaba el Niño. Habiendo hallado a Jesús, le ofrecieron presentes de gran precio: incienso, oro y mirra. El incinso es la ofrenda que corresponde a Dios, el oro, la imagen del tributo debido al Rey, y la mirra, la profecía de los  sufrimientos del Mesías (Juan.19: 39; Mateo. 26:12; Lucas. 24:1). La presencia de estos extraños visitantes debió suscitar en José y María sentimientos encontrados de sorpresa y admiración, y debió serles una señal confirmatoria del elevado destino reservado al Niño y a la obra que El iba a cumplir en favor de toda la humanidad. Después de esto, Dios desvió a los magos para que no volvieran a Herodes: este perverso deseaba tener sus indicaciones para dar muerte al recién nacido. Así, se dirigieron a su país por otro camino. Un ángel previno a José, dándole instrucciones de que se dirigiera con María y el Niño a Egipto, a fin de alejarlo del malvado Herodes. Este cruel monarca, de quien Josefo nos cuenta que no tuvo reparos de hacer ejecutar a su propia esposa e hijos, y otros parientes allegados, con una paranoica obsesión por mantenerce en el poder, envió a sus soldados a Belén para dar muerte a todos los niños menores de dos años. Así, Herodes esperaba frustrar el propósito de los magos, que se habían ido sin revelarle dónde se hallaba el recién nacido. Es posible que los “verdugos” no dieran muerte a muchos niños, porque Belén era un lugar pequeño; pero se trató de una matanza horriblemente cruel. Jesús escapó de ella. No conocemos la duración de la estancia  del Señor en Egipto; probablemente no fue más de unos pocos meses, porque Herodes murió poco tiempo después de los hechos. Numerosos judíos vivían entonces en aquel país, por lo que José no debió tener dificultad en encontrar alojamiento. Cuando pasó el peligro, el ángel informó a José de la muerte del tirano, y le ordenó que volviera a Israel. José se había propuesto criar al  Niño en Belén, la ciudad de David, pero por temor de Arquelao, hijo de Herodes, quedó indesciso y, por nuevo mensaje de Dios, fue con los suyos a Nazaret en Galilea. Cuando Jesús comenzó Su ministerio público, se le llamó “El profeta de Nazaret” o “El nazareno”. Estos son los datos transmitidos por los Evangelios acerca del nacimiento de Jesús. Si para nosotros son de gran precio, no fueron muy recalcados en aquel entonces. Las pocas personas que quedaron involucradas en estos hechos guardaron silencio, o lo olvidaron. Sin duda alguna, María fue la que  dió el relato de todo lo sucedido al fundarse la iglesia primitiva. Mateo y Lucas dan sus relatos con evidente independencia entre sí: Mateo, para demostrar que Jesús es el Rey, el Mesías, en quien se cumplen las profecías; Lucas, para exponer el oringen de Jesús y el inicio de Su historia.