Aquellos discípulos lejos de estar atemorizados por la persecución ejercida contra ellos, llenos de valor y de fe iban por todos los lugares, “anunciando y predicando el Evangelio” que el Señor Jesús les había encomendado. Llenos del Espíritu Santo realizaban la misión con gran gozo y alegría, llevando el pan de vida juntamente con sanidades y bendiciones.
Felipe, escogido para ejercer como diácono, también fue expulsado de Jerusalén. Descendiendo a la ciudad de Samaria predicó a Cristo, y la gente, unánimemente, escuchaba atentamente las cosas nuevas que decía; oyendo y viendo las señales que hacía. “Porque muchos que tenían espíritus inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados; así que había gran gozo en toda la ciudad.” Hay que recodar que ya “Cristo” durante su ministerio les había predicado (Juan.4:1-42). Por lo tanto, los discípulos en exilio hallaron gran acogida, pudiendo así alcanzar; y ganar gran cantidad de nuevas almas para Cristo.
Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la Palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, y orando por ellos para que resibiesen el Espíritu Santo; porque aun no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido butizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les “imponían las manos,” y recibían el Espíritu Santo.