Descendió Abraham a Egipto (Génesis 12:10)

La senda de los escogidos nunca puede ser fácil. Por lo tanto, es una vida que sólo se puede vivir por fe. Cuando esa fe es fuerte, osamos desatarnos de las amarras que nos unen a la orilla y lanzarnos a aguas profundas, confiados sólo en la palabra y la persona de Aquél a cuyas órdenes navegamos. En cambio, cuando la fe es débil, no nos atrevemos a hacerlo; dejando la senda que lleva a las cimas espirituales, nos congregamos con los mundanos, que tienen su porción en esta vida, y que sólo con eso se contentan. 
   1. “Era grande el hambre en la tierra.” ¿Hambre? ¿Hambre en la tierra prometida? Para un extranjero en tierra extraña, rodeado de gente hostil y suspicaz, cargado con la responsabilidad de alimentar vastos rebaños y recuas de ganado, no era un asunto fácil encararse con la repentina devastación que produce el hambre.   
   ¿Era esto una evidencia de que Abraham se había equivocado al venir a Canaán? Felizmente, la promesa que había recibido poco antes le prohibía contemplar tal posibilidad. Y esta puede haber sido una de las razones principales por las cuales le había sido dada. Aquella promesa no era sólo una recompensa por el pasado, sino también una preparación para el futuro; para que el hombre de Dios no pudiera ser tentado más allá de lo de lo que era capaz de soportar. No se sorprenda si tiene que afrontar un “hambre” como aquella. Esto no quiere decir que nuestro Padre esté enojado, sino que permite que vengan las dificultades para probarlo, o para que tus raíces profundicen más aún, como el torbellino hace que el árbol penetre con sus raíces más adentro del suelo.  
   2.“Y descendió Abraham a Egipto para morar allá.” En el lenguaje figurado de las Escrituras, Egipto significa la alianza con el mundo y la confianza en el ser humano; que es un débil aliado. “¡Ay de los que descienden a Egipto por ayuda, y confían en caballos; y su esperanza ponen en carros, porque son muchos, y en jinetes, porque son valientes; y no miran al Santo de Israel, ni buscan a Jehová! (Isaías 31:1).   
   En la historia del pueblo hebreo hubo ocaciones en que Dios mismo les permitió a sus siervos buscar un asilo temporal en Egipto. Mientras Jacob estaba detenido por la indecisión en los confines de Canaán, queriendo ir a ver a José, pero temeroso de repetir los errores del pasado, Jehová le dijo:“Yo soy Dios, el Dios de tu padre; no temas en descender a Egipto, porque allí yo haré de ti una gran nación. Yo descenderé contigo a Egipto” (Génesis 46:3,4). Muchos años después, el ángel del Señor se le apareció a José en sueños y le dijo: “Levántate, y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto” (Mateo 2:13).