Era costumbre liberar a un preso en la fiesta de la Pascua, por lo que el gobernador preguntó a la multitud qué preso querían que liberara. Es evidente que esperaba que la popularidad de Jesús haría que escapara de los pricipales sacerdotes. Pero éstos persuadieron a la muchedumbre que pidieran a Barrabás. El mensaje de la mujer de Pilato dando testimonio de la inocencia del Galileo aumentó sus deseos de salvarlo. A pesar de sus repetidas intervenciones en favor de Jesús, la muchedumbre se mostró implacable y ávida de sangre. El procurador, amedrentado, no tuvo la valentía de actuar en base a su convicción personal y se dejó llevar por la ejecución. Mientras que, en el patio interior del palacio, Jesús sufría el suplicio del castigo de su flagelación, que precedía siempre al enclavamiento en la cruz, Pilato quedó embargado de dudas. Al presentarles al ensangrentado Jesús, coronado de espinas, intentaba de nuevo satisfacer a los judíos, que enardecidos por lo que ya habían conseguido, clamaron: “Debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios”(Juan. 19:1-7). Estas palabras renovaron en Pilato sus temores superticiosos. Aun otra vez interrogó previamente a Jesús, y volvió a intentar Su libertad (Juan.19: 8-12). Los judíos conociendo bien las ambiciones políticas del gobernador, lo acusaron de apoyar a un rival del emperador y de ser desleal a César. Esta calumnia fue más fuerte que las dudas de Pilato. Tuvo con ello el sombrío gozo de oír a los falsos judíos proclamar toda su sumisión a Tiberio (Juan. 19:13-15), y entregó al Nazareno a Sus enemigos. Aunque era inocente, Jesús había sido condenado, y sin el debido proceso legal. Su muerte fue en realidad un asesinato legalizado. Cuatro soldados lo ejecutaron, bajo la supervisión de un centurión (Juan. 19:23). Dos criminales fueron llevados a la muerte junto con El. Por lo general, los condenados llevaban personalmente las dos partes de su cruz o solamente la parte transversal. Al principio Jesús llevó, al parecer, la cruz entera (Juan. 19:17), y después obligaron a Simón de Cirene a que la cargara (Mateo. 27:32; Marc. 15:21; Lucas. 23:26). El lugar de la crucifixión se hallaba fuera de las murallas, a poca distancia de la ciudad. Habitualmente, el reo era clavado en la cruz tendida en tierra, y luego la cruz era levantada y plantada en un agujero preparado para ello. El crimen del reo era indicado en una tableta fijada por encima de la cabeza. Para Jesús, la inscripción fue hecha en hebreo (arameo), griego y latín. Juan reproduce la forma más larga: “Jesús Nazareno Rey de los judíos” (Juan. 19:19). Marcos dice: “Era la hora tercera cuando le crucificaron” (Marcos. 15:25), es decir las nueve de la mañana. Si recordamos el sanedrín lo había hecho comparecer al despuntar el día (Luc.22:66 ), no hay problema acerca de la hora de Su crucifixión ( 9:00am.), lo que concuerda con las prisas de estos despiadados e ingnorantes judíos.