En relación con la crucifixión, los Evangelios relatan unos detalles en que no se puede entrar por falta de espacio. Ciertos reos se mantenían vivos varios días en la cruz; pero en el caso del Señor Jesús, además de que humanamente hablando se hallaba muy debilitado, se debe tener en cuenta que El era el dueño de Su vida y muerte. El había dicho a Sus discípulos: “Yo pongo mi vida, para volver a tomarla. Nadie me la quita, sino que Yo de mi mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar...” (Juan. 10:17,18). Así a la hora novena (aproximadamente, las tres de la tarde.), después de que todo el país hubo estado tres horas en tinieblas, Cristo expiró con gran clamor. Este mismo hecho muestra que la muerte de Cristo fue un acto activo de Su voluntad. No es ésta la manera en que mueren los crucificados, sino totalmente agotados, sin poder respirar. Las palabras pronunciadas desde lo alto de la cruz demuestran que estuvo consciente hasta el final, y que El sabía perfectamente el significado de todo lo que estaba sucediendo. Un número muy pequeño de personas asistió a Sus últimos instantes. La multitud, que al principio había seguido el cortejo, se había vuelto a la ciudad, atemorizada ante las señales que habían acompañado la ejecución de el Señor Jesús. También los burlones sacerdotes se habían retirado. Algunos discípulos y los soldados fueron, según los Evangelios, los únicos que permanecieron allí hasta el fin. Así, los dirigentes no estaban informados de la muerte del Maestro. Para que los cuerpos no quedaran colgados de la cruz durante el sábado, los judíos pidieron a Pilato que se quebraran las piernas de los crucificados. Cuando los soldados se acercaron a Jesús para hacerlo con El, se dieron cuenta de que ya había expirado. Queriéndose asegurar, uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza. Juan, que estaba presente, vio salir sangre y agua de la herida (Juan.19:34,35). Hay comentaristas que creen ver aquí que la causa de la muerte de Jesús fue quebrantamiento de corazón. Sin embargo, como se ha indicado anteriormente, Jesús no murió porque Su cuerpo cediera, sino porque El entregó Su vida. El quebrantamiento de corazón, si sobrevino, pero, no fue la causa de Su muerte. Sin embargo, el hecho de que El tuviera un absoluto control sobre Su vida, para ponerla y volverla a tomar, no quita la realidad alguna a la inmensa profundidad de Sus sufrimientos, tanto de manos de Sus enemigos como, sobre todo, por la ira de Dios que cayó sobre El como la víctima escogida para perdonar los pecados del mundo.
José de Arimatea, discípulo secreto de Jesús, a pesar de su elevada posición y de su membresía en el sanedrín, no había participado en la condena del Señor (Lucas. 23:51). Fue ante Pilato y reclamó el cuerpo de Jesús. Acompañado de algunas personas, lo llevó a un sepulcro nuevo el que había hecho tallar en la roca de un huerto.