Anás lo envió atado a la residencia de Caifás, donde el sanedrín se había reunido con toda urgencia. Las deposiciones acerca de la flasfemia, que era el crimen del cual se le quería acusar, eran contradictorios. No se pudo dar prueba ninguna. Finalmente, el sumo sacerdote abjuró solemnemente al acusado para que dijera si era el Mesías. Jesús lo afirmó de una manera totalmente clara. El tribunal, furioso, lo condenó a muerte por blasfemia. Los jueces, entregando al condenado a innobles burlas, revelaron por ello mismo el espíritu de iniquidad con el que habían pronunciado la sentencia falsa ( Marcos. 14:53-65 ). Pero la Ley exigía que el sanedrín promulgara sus decretos de día, y no de noche. Así, el tribunal volvió a reunirse de nuevo, temprano, y repitieron el proceso acusatorio (Lucas. 22:66-71). Como los judíos no tenían derecho a ejecutar a los sentenciados sin consentimiento del procurador romano, el sanedrín dispuso enviar a Jesús ante Pilato. Las prisas desvergonzadas de todo este procedimiento demuestran que el tribunal temía la intervención del pueblo, que hubiera podido impedir la ejecución. Pilato residía probablemente en el palacio de Herodes, sobre el monte de Sión, no lejos de la mansión del sumo sacerdote. Todavía temprano, los miembros del sanedrín se dirigieron al pretorio para demandar que el procurador accediera a sus peticiones. Los judíos querían que Pilato les permitiera ejecutar al condenado sin que él viera la causa, pero Pilato se negó ( Juan. 18:29-32 ). Entonces acusaron a Jesús diciendo “que pervierte a la nación, y que prohibe dar tributo a César, diciendo que el mismo es el Cristo, un rey” (Lucas. 23:2). Cuando Jesús hubo admitido ante el gobernador su condición de Rey, éste le interrogó sobre el particular (Juan. 18:33-38), y descubrió rápidamente que en Sus declaraciones no había un programa político de rebelión. Pilato afirmó que Jesús era inocente, y que quería liberarlo. Pero, en realidad, el procurador no se atrevió a oponerse a sus intratables administradores. Después de haberle exigido encarnizadamente la ejecución de Jesús, Pilato recurrió a varios procedemientos mezquinos para quitar de sí aquella responsabilidad. Al saber que Jesús era galileo, lo envió a Herodes Antipas (Lucas. 23:7-11), que se encontraba entonces en Jerusalén, pero Herodes rehusó jusgarlo. Mientras tanto, la multitud se acumulaba.