El ministerio en Galilea

Cruzando Samaria, Jesús se encontró en el pozo de Jacob a una mujer con la que tuvo una memorable converzación  (Juan. 4:4-42). Después se apresuró a llegar al norte del país. Cuando llegó a Galilea, la fama de Su nombre le había ya precedido (Juan. 4:43-45). Era evidentemente en Galilea donde Jesús debía dedicarse a la obra, por cuanto los “campos estaban blanqueados para la siega” (Juan. 4:35). Una trágica circunstancia indicó que la hora había ya llegado en la que, por la voluntad divina, Jesús debía emprender Su misión personal. Supo que Herodes Antipas había hecho encarcelar a  Juan el Bautista. El ministerio del  Precursor  había llegado a su fin; había llamado a los judíos al arrepentimiento y al despertamiento espiritual, pero todo fue en vano. De inmediato, Jesús comenzó a predicar en Galilea el Evangelio del Reino de Dios, exponiendo los principios fundamentales de la nueva dispensación, agrupando en torno suyo a aquellos que constituirían el núcleo la futura iglesia. 
   El gran ministerio galileo de Jesús duró alrededor de 16 meses. El Maestro centró Su actividad en Capernaum, ciudad comercial muy activa. En Galilea, Jesús se hallaba en medio de una población esencialmente judía, pero en una región en la que, a causa de la distancia, las autoridades religiosas de la nación no intervenían demasiado a causa de esta circunstacia. Es evidente que el propósito era anunciar el Reino del Señor y revelar al pueblo, mediante poderosas obras, cuáles eran a la vez Su autoridad personal y la naturaleza de este Reino. Jesús demandaba que se creyera en El. Revelaba el verdadero carácter de Dios, y Sus demandas en relación con los hombres. Jesús no reveló abiertamente que  El era el Mesías  (excepto en Juan. 4:25,26), por cuanto Sus oyentes poco espirituales no habrían sabido discernir el verdadero carácter de Su misión; además, no había llegado aun la hora de la manifestación pública del Mesías anunciado. En general, se  aplicaba el término “El Hijo del hombre”. Al principio, el Señor  no hizo alusión a Su muerte, porque los oyentes no estaban preparados para oír de ella. Les enseñó los principios de la verdadera piedad, interpretándolos con autoridad. Sus extraordinarios milagros suscitaron un enorme entusiasmo. Es así que atrajo sobre Sí la atención hasta el punto que todo el país estaba deseoso de verlo y oírlo. Sin embargo, y tal como El lo había previsto, las multitudes se dejaron arrastrar por las falsas ideas, y no pudieron reconocerlo en Su carácter de humildad y adnegación. Sólo un “pequeño grupo” lo siguió fielmente; “y fueron estos pocos los que propagaron por el mundo,” después de Su muerte y resurrección, las verdades que el Maestro les había enseñado.