La última semana

En Betania, María, hermana de Lázaro, ungió la cabeza y los pies de Jesús, durante la cena. El Señor vio en este gesto la señal profética de Su próxima sepultura. Al día siguiente hizo una entrada triunfal en Jerusalén, montado sobre un asno (pollino). Al hacer esto, provocó la cólera de las autoridades, al presentarse públicamente como el Mesías, dando expresión del carácter pacífico del reino que había venido a fundar. Al día siguiente, al volver a la ciudad, maldijo una higuera que llena de hojas secas, carecía sin embargo de frutos: símbolo notable de un judaísmo que, desviado de la  verdad de Dios, pretendía poseer. Después, como al inicio de Su ministerio hacía tres años, expulsó del templo a los mercaderes que profanaban los atrios. Este gesto de Jesús constituía un nuevo llamamiento a la nación israelita, apremiada a purificarse (Marcos. 11:1-8). A pesar de la multitud de peregrinos que lo habían aclamado como el Mesías durante Su entrada triunfal, y que seguían rodeándole jubilosamente, las autoridades religiosas siguieron manteniendo su actitud de hostilidad. Al siguiente día  (martes), Jesús volvió a la ciudad. Cuando llegó al templo, los  delegados del sanedrín le preguntaron en virtud de qué autoridad actuba El. Sabiendo que ellos ya habían decidido Su muerte, el Señor rehusó responderles, pero pronunció las parábolas de los dos hijos, de los viñadores malvados y de las bodas del hijo del rey (Mateo.21:23; 22:14); éstas describen la desobediencia de las autoridades religiosas a los mandamientos divinos, su  perversión del  depósito  sagrado confiado a la nación, y el desastre que sobrevendría a su ciudad. Se esforzaron en tenderle lazos para descubrir en Sus palabras un motivo de acusación o de denigración. Los fariseos y herodianos querían impulsarle a pronunciarse si era legítimo pagar el impuesto al César. Los saduceos le interrogaron acerca de la resurrección. Un doctor de la ley le preguntó acerca del más grande mandamiento. Habiendo quedado todos reducidos al silencio, Jesús los desconcertó al preguntarles el sentido de las palabras de David dirigiéndose al  Mesías  como su Señor. Efectivamente, el  Salmo 110 implica claramente que Jesús no cometía blasfemia al decirse Hijo de Dios e igual ...a  Dios. Durante todo este día rugió la controversia, y Jesús acusó a los dirigentes indignos (Mateo. 23:1-38). El deseo de ciertos griegos que querían verle le hizo presagiar que los judíos lo rechazarían, los gentiles lo seguirían, y que Su muerte era inminente (Juan. 12:20-50). Al salir del templo, anunció tristemente a sus discípulos la próxima destrucción de aquel magnífico edificio; después, en una conversación con cuatro de los suyos, habló con más detalles acerca de la “destrucción” de   Jerusalén, de la difusión del Evangelio, de los “ sufrimientos futuros de Sus discípulos y de Su segunda venida” (Marcos. 13:1-37; Mateo. 24:3-28; Lucas. 21:7-24; 17:22-37). Esta “declaración” muestra que, en medio de la hostilidad que se había desencadenado contra El, Jesús tenía la visión perfectamente clara;  iba por delante de la tragedia, sabiendo que ella le  conduciría finalmente a la gran victoria.