Desde aquel día cuando ellos vendieron a José a los mercaderes ismaelitas, habían transcurrido aproximadamente veinte años. El cambio físico de José y el acento de su nuevo idioma no permitía que ellos pudieran identificarlo. Por tanto, José usó un interprete haciéndose que no entendía la lengua hebrea. Ellos se decían el uno al otro: “Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros esta angustia. Entonces Rubén les respondió, diciendo: ¿No os hablé yo y dije: No pequéis contra el joven, y no quisieron escuchar? He aquí también se nos demanda su sangre (Jose estaba callado escuchando todo). Luego José se apartó de ellos, y lloró; después volvió a ellos, y les habló, y tomó de entre a ellos a Simeón, y lo aprisionó a vista de ellos.”
José les ordenó a sus siervos, que llenaran los sacos de trigo y de otros alimentos; y que le devolviesen el dinero a cada uno de ellos, poniéndolo en su sacos, sin que ellos se dieran cuenta. También ordenó que les diesen comida y suficiente agua para el camino. Y sus siervos así lo hicieron. Luego después de haber cargado los alimentos en sus asnos, se despidieron de José y se marcharon. Pero, mientras iban rumbo a su tierra (Canaán) hicieron una parada para descanzar, aprovechando para comer y beber, y a la vez hacer lo mismo con sus asnos. Cuando uno de ellos abrió su saco para dar de comer a su asno, se sorprendió: “Su dinero estaba en la boca de su costal. Y dijo a sus hermanos: Mi dinero se me ha devuelto, y helo aquí en mi saco. Entonces se les sobresaltó el corazón, y espantados dijeron el uno al otro: ¿Qué es ésto que nos ha hecho Dios? Sin entender lo que estaba sucediendo continuaron rumbo a Canaán.”
Cuando llegaron ante su padre en tierras de Canaán, le relataron todo aquello que les había sucedido con el gobernador de Egipto, y el dinero misteriosamente puesto en cada uno de sus sacos. También la insistencia de que su menor hermano (Benjamín) tenía que llegar con ellos.
Jabob, el anciano padre en un principio no accedió a la petición del gobernador. Pero las proviciones iban escaseando y era necesario regresar a Egipto por mas alimentos. El pensaba todavía en la desaparición de su hijo “José” y ahora enfrenta la de “Simeón”, y lo desconsolaba la ausencia de Benjamín su hijo menor. Entonces Judá le volvió a decir: Aquel varón nos protestó con ánimo resuelto, diciendo: No veréis mi rostro si no traéis a tu hermano menor con vosotros. Si enviares a nuestro hermano con nosotros, descenderemos y te compramos alimentos. Pero si no lo enviares, no iremos; porque aquel varón nos dijo: No veréis mi rostro sino traéis a tu hermano menor con vosotros. Jacob les dijo: ¿Por qué dijeron al varón que tenían otro hermano? Uno de sus hijos respondió: El expresamente nos preguntó por nuestra familia, diciendo: ¿Vive aun vuestro padre? ¿Tenéis otro hermano? Y le declaramos conforme a sus palabras. ¿Acaso podíamos saber que él nos diría: Haced venir a tu hermano menor? Jacob quedó pensativo por lo que sus hijos decían, y sin tener muy claro la situación accedió a que Benjamín fuera con ellos.