Una estrella brillante en el firmamento (era una nube de ángeles) indicaba que algo muy grande iba a suceder. Aquella noche un grupo de pastores que cuidaban de sus ovejas y otros rebaños, observaban con atención a la estrella luminosa que alumbraba sobre un lugar específico de la ciudad de Belén. Mientras ellos se extasiaban y comentaban aquel acontecimiento, una luz muy brillante los rodeó (la gloria de Dios) y tuvieron temor. Entonces un ángel de Dios se les presentó y les dijo: No teman porque les traigo nuevas de gran gozo, que serán para todo el pueblo; que os ha nacido hoy, en la ciudad de David (Belén), un Salvador que es Cristo el Mesías Prometido. Esto os servirá de señal: Hallaréis al Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y repentinamente aparecieron junto al ángel una multitud de huestes celestiales, que alababan a Dios, y decián: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! Cuando los ángeles se marcharon de aquel lugar, los pastores se dijeron unos a otros: Mientras un grupo cuida de los rebaños, otro grupo ira a Belén a conocer y adorar al Rey recién Nacido. Los pastores se apresuraron a ir a Belén y hallaron al Niño, y relataron todo lo acontecido a José y a María. Y regresaron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían visto y oído, como los ángeles les habían informado. Todos estos hechos concordaban asimismo, de manera asombrosa, con la misión del Mesías; señalemos además que ello tuvo lugar en medio de gentes humildes del campo, y pasaron desapercibidos en el mundo (pero no, para Dios). José y María se quedaron por un tiempo en Belén. Al octavo día, el Niño fue circuncidado (Lc.2:21) y le fue dado el nombre de Jesús, según las instrucciones dadas por Dios Padre.