El discípulo amado

El honor más grande que éste discípulo recibió fué poder rescostarse en el seno de su Señor, en la última cena, “como el discípulo al cual amaba el Señor Jesús” (Juan 13:23 ; 20:2 ; 21:7 ; 20:24), y el de tener encomendado a él, por el Redentor moribundo, el cuidado de su madre (Juan 19:26,27). No puede haber duda razonable de que esta distinción se debía a una simpatía con el propio espíritu y mente de Jesús de parte de Juan, la cual reflejaba a cada instante en su humildad y dedicación. 
   Después del derramamiento del Espíritu Santo el día de Pentecostés, lo hallamos varias veces junto a Pedro, el gran interlocutor y Líder de la iglesia. Mientras que su amor por el Señor Jesús le atraía espontáneamente al lado de aquel siervo del Señor, su vehemencia disciplinada hacía que estuviera pronto a colocarse valientemente a su lado, y sufrir con él en todo lo que su testimonio a favor de Jesús pudiera costarle; su humildad modesta, como el más joven de todos los apóstoles, hacía de él un atento escuchador admirativo y de apoyo fiel a su hermano apóstol. La historia eclesiástica declara de que Juan fue a Asia menor ; pero casi seguro es de que no pudo ser sino hasta la muerte de Pablo y luego la de Pedro. Juan residía en Efeso, desde donde, se movilizaba hacia las diferentes iglesias de la zona, haciéndoles visitas constantes, y cuidando de ellas. En el reinado de Domiciano (emperador romano: año 81-96 dC.) Juan fue “desterrado a la isla de Patmos por predicar la Palabra y el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 1:9). Estando allí recibió en visión los acontecimientos que iban a suceder en el final de la historia del mundo. Dicen los escritores Ireneo y Eusebio que esto sucedió hacia el fin del reinado de Domiciano. Luego su regreso del destierro se efetuó en el reinado de Nerva. El apóstol Juan murió de muerte natural a la edad apróximada de 100 años en la ciudad de Efeso.
                                                                                   FIN