Algunos años mas tarde vemos a aquel joven fariseo conocido como Saulo de Tarso, muy involucrado con los líderes y sacerdotes del sanedrín. Este joven participó activamente en la muerte del joven diácono Esteban. Luego se convirtió en un acérrimo enemigo de todo aquel que siguiera y practicara las enseñanzas del Santo Evangelio del Señor Jesús. La actividad de Saulo en tratar de lograr que hombres y mujeres dejaran la nueva creencia, lo llevaba a cometer toda clase de crueldades arrastrándolos a los tribunales, donde los condenaban a la cárcel y aun hasta la muerte, por el solo hecho de creer en el Señor Jesús. Familias enteras que formaban la recién nacida iglesia, se vieron obligados a emigrar hacia otras ciudades, para protegerse de la persecusión ejercida por el sanedrín y también por el joven Saulo. Aquellos caminantes buscando nuevos horizontes, “iban por todas partes jubilosos anunciando la Santa Palabra” (Hech. 8:4). Una de las ciudades donde se refugiaron fué Damasco, donde la nueva fe ganó muchos nuevos creyentes.
Aquellos incrédulos sacerdotes y magistrados querían por todos los medios eliminar la nueva fe predicada por los santos apóstoles. Fue así como Saulo pidió cartas a sus superiores, para caer sorpresivamente en aquellas improvisadas iglesias, donde se reunían los fieles creyentes. Como era sabído en la ciudad de Damasco moraban gran cantidad de ellos, entonces Saulo con un grupo de soldados bajo su mando, se encaminó hacia la mencionada ciudad.
Lejos estaba de imaginarse el joven Saulo que éste iba a ser su último viaje a favor del sanedrín, y que el curso su vida cambiaría completamente. Aquel grupo de fatigados “caminantes,” al acercarse a Damasco, se encontraron con un impresionante panorama que ofrecía aquella inmensa extensión de tierra fértil, la hermosura de sus montañas y las corrientes de agua que regaban a toda la región. Esto contrastaba con el largo y tedioso viaje a travéz del desolado desierto. Mientras el joven Saulo y compañeros “contemplaban con gran admiración toda aquella belleza de la madre naturaleza,” de pronto vieron una luz que salía del despejado cielo, “la cual, el mismo declaró después, me rodeó y a todos los que iban conmigo;” “era una brillante luz del cielo que replandecía más que el mismo sol” (Hech. 26:13,14), por tanto, ofuscado y aturdido cayó Saulo a tierra. Y oyó “una voz que decía” “en lengua hebrica” : “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y él dijo: ¿Quién eres Señor? Y él dijo: Yo soy Jesús a quien tú persigues: dura cosa es dar coses contra el aguijón.”
Aquellos soldados casi cegados y temerosos por la brillante luz, escucharon la voz pero sin ver a nadie. Pero, Saulo, si comprendió lo que se le decía, y comprendió que aquella voz que le hablaba claramente era la del Hijo de Dios. Sin duda alguna, aquel joven judío recibió directamente aquel torrente de agua viva que cambió su entendimiento, iluminó su mente y esclareció la ignorancia del error de su pasada vida, y le demostró la necesidad de que tenía de la iluminación del Espíritu Santo. Por tanto, Saulo comprendió que lo que él estaba haciendo persiguiendo a los seguidores de Jesús era la obra del maligno. Entendió que él había estado bajo el dominio de los líderes religiosos judíos, y que todo lo que le habían informado era falso. Estos incrédulos judíos negaban la “resurrección” del Señor Jesús, aludiendo que era una “creación ingeniosa” de los discípulos. Sin embargo, el mismo Señor Jesús se le reveló, entonces Saulo se convenció de la verecidad de las aseveraciones de los apóstoles y discípulos.