La siguiente etapa lo llevaría por última vez a Jerusalén donde le esperarían grandes tribulaciones (anunciadas por el Espíritu Santo) que Pablo sabía de antemano, pero él no le dió importancia devido a su gran deseo que sentía por ganar almas para el Señor Jesucristo. Modificando su itenerario devido a la persecusión ejercida por sus enemigos partío de Corinto, pero tuvo que volver a Macedonia (Hech. 20:3). El apóstol se quedó en Filipos pero sus compañeros siguieron rumbo a Troas. Lucas se reunió con Pablo en Filipos, y después de la Pascua zarparon a Neápolis, un puerto de Filipos, donde continuaron el viaje rumbo a Troas para encontrarse con sus compañeros. Pablo fue de Troas a Ansón por tierra (35kilómetros), y en aquella ciudad se reunió de nuevo con sus amigos que lo estaban esperando. El largo viaje continuó pasando por varios puertos y ciudades, donde saludó y exhortó a los fieles a continuar firmes en el Santo Evangelio. Por todos los lugares que él pasó los fieles creyentes le suplicaban que desistiera de ir a Jerusalén. Pero Pablo estaba firme y continuó su viaje sin importarle lo que se avecinaba.
Pablo llega a Jerusalén. Los primeros días fueron muy placenteros y de regocigo. Los hermanos le dieron una bienvenida a Pablo y compañeros, que al siguiente día visitaron a Jacobo (el hermano del Señor) principal de la iglesia de Jerusalén, reuniéndose también con los ancianos y demás discípulos. El apóstol Pablo les comentó todo lo sucedido con su ministerio, y cómo el Señor lo había bendecido añadiendo gran cantidad de nuevos creyentes (judíos y gentiles). No obstante, le insinuaron, que tenían numerosas quejas de judíos que decían que Pablo no observaba la ley de Moisés. Los ancianos que integraban la dirección del Templo le aconsejaron que se uniera a cuatro nazarenos, que tenían que cumplir con voto, y le dijeron: Tómalos contigo, purificate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó a cerca de ti, si no que tú también andas ordenadamente, guardando la ley. Pablo aceptó para evitar conflictos con los judíos. El apóstol enseñaba que ningún gentil convertido tenía la obligación de observar la ley de Moisés, y que ningún cristiano de oringen judío estaba ya ligado a seguir las ordenanzas tradicionales. Muchos de estos judíos convertidos todavía no habían comprendido el sacrificio de la cruz y la abolición a los ritos y costumbres del pueblo judío. Por otra parte los herejes revoltosos menos entendían, y ni ellos mismos guardaban la ley que en aquel entonces Jehová-Dios se las mandó por medio de Moisés. Unos judíos procedentes de Asia, que se encontraban de visita en Jerusalén, al ver a Pablo en el Templo lo acusaron falsamente; de haber introducido gentiles y profanando el Templo (Hech. 21:27-29). La pronta intervención del tribuno “Claudio Lisias” de la guarnición romana, evitó la muerte de Pablo en manos de los desalmados judíos. Pablo fue llevado a la fortaleza (cuartel-romano) y antes de entrar dijo: ¿se me permite decir algo? Y al constatar que hablaba griego y que no era un sedicioso egipcio, sino un judío de Tarso lo dejó hablar (Hech. 21:17-40 ; 22:1-29). Luego al siguiente día fue llevado ante el concilio judío (sanedrín), formado por Fariseos (creen en la resurrección) y Saduceos (no creen en la resurrección). Pablo no podía esperar ningún juicio justo por parte del Sanedrín. Sin embargo, el apóstol tuvo la habilidad (el Espíritu Santo iluminó su mente) de dividir a sus enemigos y así salvar su vida (Hech. 23:6-11), y a la siguiente noche se le apareció el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mi en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma (El Señor Jesús le estaba asegurando al apóstol Pablo que a pesar de futuros problemas, el llegaría a Roma).