La tripulación se enfrenta a eminentes peligros

La Tempestad en el Mar. Luego, soplando una brisa proveniente del sur, pareciéndoles que ya tenían lo que deseaban, levaron anclas e iban costeando Creta. Pero poco tiempo después dio contra la nave un viento huracanado llamado Euroclidón. Y siendo arrebatada la nave, y no pudiendo poner proa al viento, nos abandonamos a él y nos dejamos llevar (iban a la deriva). Habiendo recorrido sotavento, de allí a una pequeña isla llamada Clauda, con dificultad pudimos recoger el esquife (bote salvavidas), y una vez subido a bordo, usaron refuerzos para fortalecer a la nave; y con temor de dar en la Sirte (banco bajo de arena), apresuradamente bajaron las velas y quedaron a la deriva. Al siguiente día una furiosa tempestad se hizo presente y tuvimos que alijar (tirar al mar mercaderías etc.), luego al tercer día con nuestras propias manos arrojamos los aparejos de la nave (velas, mástil, cadenas etc.). Y no apareciendo ni sol ni estrellas por muchos días y acosados por la tempestad (fuertes vientos, oleaje y tinieblas), ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos. Entonces Pablo, como hacía ya muchos días que no comíamos, puesto en pie en medio de ellos, dijo: Habría sido por cierto conveniente, oh varones, haberme escuchado, y no zarpar de Creta tan sólo para recibir este perjuicio y pérdida. Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre nosotros, sino solamente de la nave. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel de Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César ; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo. Por tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho (¡Qué confianza!  ¡Qué seguridad! la del apóstol y Siervo de Dios). Con todo, es necesario que lleguemos a alguna isla. Tiempo después, la decimacuarta noche, y siendo llevados a través del mar Adriático, a eso de la media noche los marineros sospecharon que estaban cerca de tierra; y echando la sonda, hallaron veinte brazas; y luego un poco más adelante, volvieron a echar la sonda, y hallaron quince brazas, y temiendo dar en escollos, echaron cuatro anclas por la popa, y anciaban que se hisiese de día. Un grupo de los marineros tramaban huir de la nave, echaron el esquife al mar, y simulaban como que estaban largando las anclas de la popa. Entonces Pablo (el Espíritu Santo le avisó) dijo al centurión y a los soldados: Si éstos no permanecen en la nave, ninguno de vosotros podrá salvarse. Inmediatamente los soldados cortaron las amarras del esquife y se perdió en la enfurecidas aguas del mar.